Era una de
esas largas filas en el banco, en que habían personas de todas las edades,
desde el bebé en el carrito en su propio mundo, hasta el envejeciente que en la
fila expreso, contemplaba con una mezcla de impaciencia, compasión y hasta
nostalgias.
La coincidencia
de tantas personas de prácticamente todos los niveles socio-económicos en un
mismo lugar, me movió a buscar en internet y encontrar lo siguiente:
“El ojo humano no crece, es del
mismo tamaño desde que nacemos”.
Ese detalle del ojo, explica que en
los niños los ojos se ven grandes. Sin embargo, veo una mayor lección:
Si los ojos son los mismos desde que
nacemos hasta el final de los días, entonces los seres humanos necesitan amor,
atenciones y consideración, tanto siendo bebés, como en cada etapa de la vida y
más en los años dorados.
Desde esa perspectiva, meditaba que
en cada persona en aquella fila de banco y más allá, en los ojos seguía el
destello del niño que siempre está ahí…
¿Cómo serían el trato y las
relaciones humanas si recordáramos que tanto aquel que genera una impresión
equivocada, como ese hombre con arrugas que parecen cicatrices, fueron una vez
niños; y que tanto aquella con temas casi sin fin, como esa mujer con mirada
que contiene todo un mundo, fueron una vez niñas? ¿Cómo muchos de nuestros
problemas encontrarían solución salomónica desde un sabio entendimiento por ese
recuerdo? ¿Cómo serían las cosas si se buscara ser más comprensivos y mejores
seres humanos empleando ese recuerdo básico?
Hay un destello único que nos
recuerda que algo de la real inocencia (la que no puede ser destruida, no es
ingenuidad y es buena reserva de valores) permanece en la madurez que no es maldad,
sino capacidad para sumar a la vida en todo lo edificante y trascendente; que
al ir creciendo no se debe perder lo que hace creer con más fuerza en Dios y
vivir con alma sincera, y al envejecer no se deja de amar, soñar y sentir.
Porque los ojos son las ventanas del
alma, al ser los mismos en todas las edades, nos confirman que la dignidad debe
darse en todo tiempo. ¿Nos dice ese detalle de la creación en los ojos, que al
ser los mismos durante toda la vida son como un universo en sí? ¿Nos
dice que es reflejo de los Ojos del Creador que son los mismos hacia todas las
generaciones y todos los tiempos?
Así, ante los
ojos de niño, respetemos al ser en formación; ante los ojos de joven,
respetemos a los ideales, identidad y energías que buscan sabia canalización;
ante los ojos de adulto, respetemos a la sumatoria que no deja de crecer y
fructificar; y ante los ojos de vejez, respetemos a la dignidad de toda una existencia
que es grande en la medida que honra el origen y la esencia de la niñez.
Los ojos nos
recuerdan la igualdad humana que trasciende fronteras y teorías, y los llamados
del Altísimo a la humanidad que trascienden dogmas y religiones. Incluso los
ojos en oscuridad nos hablan de que en la vida procede buscar el mejor sentido
para no lamentarnos por lo que no se tiene, sino maximizar lo que se tiene.
Los mismos
ojos en todas las edades, nos recuerdan que en la evolución y/o desarrollo, aún
ante las marcas que pueden cambiar muchas cosas, las puras esencias que
bendicen y dan luz, deben permanecer.
Con los mismos
ojos en todas las edades…
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