La noche del miércoles 21 de
septiembre de 2016 quedó marcada en la historia por el apagón que afectó a todo
Puerto Rico. El evento tuvo efectos radiográficos, por revelar muchos factores,
como los siguientes:
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Se confirmó la fragilidad de la infraestructura y que
no hay la debida preparación para enfrentar emergencias y desastres.
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Se confirmó que las fallas administrativas nada tienen
que ver con el debate de status político, sino con estilos y políticas que hay
que mejorar y perfeccionar.
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Se confirmó que en casos de emergencias, hay que cancelar
todas las actividades. Nada justifica exponer a peligros, males mayores,
accidentes y tragedias. Para que no impere el egoísmo y la falta de responsabilidad
y de conciencia hacia los demás, se necesita un protocolo uniforme que permita
cancelar todo tipo de actividad –en lo público y privado, en todos los
sectores- ante emergencias, para enaltecer la sabiduría y la conciencia humana
hacia los demás.
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Es correcto reconocer al heroísmo que se manifestó en
la crisis.
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Es correcto quejarse de las fallas de un sistema con
alta facturación y fallas injustificables, y señalar lo que hay que restaurar y
optimizar.
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La Isla no tiene que caer en el tercermundismo, puede mucho
más que eso.
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