De lo que no se quiere hablar es de lo que más hay que hablar. Veamos las promesas:
El tema de las promesas que sólo se pueden cumplir luego de recibir lo pedido a Dios, es el tipo de promesa que aunque algunos pretendan estigmatizarla negativamente como “trueque”, tiene base bíblica. Un ejemplo de promesa lo tenemos en Génesis 28:20-22: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, entonces el SEÑOR será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”. No me enfoco en el detalle del diezmo que tan diversas interpretaciones recibe, sino en el concepto de prometer a Dios en pos de cumplir lo prometido al recibir lo pedido. Es triste que ese tema de ese tipo de promesa, casi no se toque y en ocasiones se evade.
Gracias a Dios no todo está perdido. Admiro el testimonio del obispo Alex D’Castro, quien vivió ese tema que tanto capta mi atención de promesas que se cumplen sólo luego de recibir lo pedido a Dios. No me refiero a lo que hay que hacer siempre, e incluso desde antes de recibir lo pedido a Dios, como las buenas obras, el congregarse o la siembra financiera. Nos dice una biografía sobre el obispo D’Çastro: “Desde muy temprana edad, Alex D’ Castro demostró poseer unas habilidades musicales sobresalientes, un interés particular por la música tropical y unas destrezas de liderato entre sus compañeros de escuela”. ¿Quién no recuerda y sigue admirando tan brillante trayectoria y talentos? Dice también la biografía:
“A pesar de gozar del favor del público, el apoyo promocional de una compañía multinacional de discos, un sólido status social y económico, este joven artista no tenía paz ni gozo en su vida. Durante esos años de trabajo, su estado de ánimo fue sucumbiendo poco a poco hasta al punto de estar sumergido en un fuerte estado de depresión. Por otro lado, y para añadir peso a su problema emocional, este enfermo con cayos en sus cuerdas vocales. Desesperado por esta situación, busca ayuda profesional con un psiquiatra el cual le receta antidepresivos. El orgulloso poseedor del título ‘El tenor de la salsa’ continuaba gradualmente perdiendo su voz. Evidentemente esta situación contribuía al aumento del deterioro emocional y así también a sus dosis antidepresivos. Sin embargo, Dios siempre tuvo un plan especial para el joven artista, pues le había provisto con una compañera que amaba y servía al Señor…”. “El mismo día que este talentoso artista recibió al Señor, la depresión salió de su vida (Jeremías 15.19) Mas tarde, este se comprometió con Dios pidiéndole que le sanara sus cuerdas vocales, y si esto lo hacía, le cantaría exclusivamente a Él. El Señor cumplió su parte, también Alex”.
Es simple, sencillo y directo (sin margen para manipulaciones o tergiversaciones): El obispo D’Castro sólo pudo consagrar su talento musical luego de recibir la sanación de sus cuerdas vocales. Es cuestión de lógica y de sentido común. Si hoy alguien le admira más, es por lo grande que obra el Señor.
Otro buen ejemplo es el siguiente: Un estudiante que no tiene forma de graduarse por malas notas y objetivamente sólo un milagro le puede permitir lograr el diploma. Si ese estudiante promete que de lograr graduarse presentará el diploma ante el altar, sólo de concederse lo pedido, se podrá cumplir la promesa.
Si vemos un ejemplo de las tradiciones, fuese para agradecer el lograr un hogar o fuese para agradecer el regreso de un familiar en el ejército, la oración, ritual y fiesta en el cumplimiento de una “Promesa de Reyes”, sólo se daba luego de recibir lo pedido. Se define así: “La Promesa de Reyes es la costumbre de invocar a los Santos Reyes –Melchor, Gaspar y Baltasar- para su intervención en un momento de necesidad, para la solución de alguna situación que está fuera de su alcance. A cambio de la petición concedida, el devoto hace un pacto o compromiso de pagar esa promesa” (Ver http://www.primerahora.com/promesadereyes-460183.html).
Reconozco que La Palabra es clara: “Cuando alguno hiciere voto a Dios, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca” –Números 30:2. Fundamentar peticiones y rumbos de vida en promesas a Dios, no es atadura, es cuestión de honor.
Existe el argumento de que es mejor no prometer que cumplir y no prometer, ¿pero por qué no enfatizar en los testimonios de quienes prometen y cumplen? ¿Por qué la resistencia al tema de las promesas? ¿Por qué la resistencia a un método de amor, fe y perseverancia que por los términos de una promesa, es inmune a la manipulación y tergiversación?
¿Prometer en esa forma es “negociar con Dios”? Con toda humildad, respeto y reverencia, no temo a eso. Si prometer al Altísimo es negociar con El, que así sea. La clave es prometer para hacer el bien, con respeto a la sana y libre conciencia, sin creer que se puede torcer el brazo del Altísimo o pretender hacer más daño que bien vía el capricho. Por lógica simple, serán mejores los negocios con el bien que con el mal; aunque por ser algo sagrado que se debe hacer sabiamente y no a la ligera, la palabra más correcta quizá no es “negocio”, sino pacto.
Estoy convencido de que en la medida que no se toque el tema, se seguirán agravando los problemas sociales, por lo que la mayor promesa que deseo cumplir va más allá de mí. Hay que rescatar el honor. Ante Dios y los hombres, ante el cielo y la tierra, cada cual afirme promesas que abonen a iluminar almas. Dios sabe; a Dios consagremos todo.
Vivimos tiempos en que lo que se necesita son testimonios de cumplimiento con amor, visión y HONOR, para una mejor y más consagrada civilización. Todo sería mejor si cada bendición recibida no fuese un fin en sí, sino una base de pacto para hacer algo grande para Dios y por ende, para inspirar y educar. Por ejemplo, habría fidelidad y paz si la bendición de la compañía idónea se basara en la promesa de glorificar a Dios, educando e inspirando a los demás.
Un buen Propósito de Vida es sumar y no restar, a la vida de quienes estén con uno en el hogar, el trabajo, la comunidad, en todo lugar. La religión y la política se enaltecerían cumpliendo promesas a Dios. Así, la empresa llamada vida adquiere nuevas dimensiones.
Reconozco que existe el argumento de que en promesas a Dios, la respuesta puede ser sí o no, y que en cualquier caso, hay que mantener la paz. Se argumenta que si la respuesta es sí a los términos específicos de la promesa, procede un cumplimiento, y si la respuesta es no a los términos específicos de la promesa, procede seguir viviendo aún siendo exentos de un cumplimiento. Es como en la política: Se le puede exigir al candidato que prometió y resultó electo que cumpla lo prometido, no al que no fue electo, pero todos tienen el deber constante de ser buenos ciudadanos. Una promesa se refiere a algo específico, que por la medida que puede marcar un nuevo rumbo de vida, debe acentuar el compromiso mejor fundado.
El cumplir promesas es cuestión de honor y cuando resucitan sueños, se confirma que en lo que más imposible parece, es en lo que más se luce Dios. Así, se recibe la real Voluntad Divina que sea, con paz. Nos define lo que vivimos.
Lo que me mueve, no está en los mismos términos que empleó el obispo D’Castro, pero el sistema es el mismo: el entendimiento de que unas bendiciones que por lo que significan e impactan, requieren hacer grandes cosas para el Señor en la visión, el agradecimiento y la acción. Ciertamente todo cambia cuando se busca vivir un cumplimiento así, ya que la petición va más de uno mismo por la medida de la consagración y el potencial para dar luz a los demás.
Que cada paso determinante y gran petición se fundamente en promesa al Todopoderoso para que sea El en nosotros. Que esa nueva vida nos ubique haciendo mejor patria desde lo mejor del alma. Dios ilumine a todos.
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