El
21 de septiembre de 2017, el día siguiente al azote a Puerto Rico del poderoso
huracán María, los primeros destellos del amanecer fueron poéticos, pero
vinieron más lluvias y nublazón. En Ponce, salí y el escenario era impactante.
Con cielo gris, los árboles caídos daban imagen y olor a muerte. Era un
ambiente tan cargado, que hubiese sido fácil caer de rodillas. Me sentía como
que estaba en otro lugar o en una pesadilla.
Hoy, cada árbol que va
reverdeciendo, es la mejor muestra de que la naturaleza está comunicando el más
potenciador mensaje de restauración.
Todo
confirma que hay que restaurar mucho. Sin embargo, eso no debe llevar a la
teoría de “lo bueno del huracán”. Si se acepta que Dios es amor, es imposible
que tanta muerte y destrucción sea “voluntad de Dios” o un “castigo de Dios”
(si se acepa que fue Su voluntad, entonces sería un Ser contrario al amor y eso
es imposible). Tiene pertinencia parafrasear lo que escribió Díaz Alfaro ante
la tragedia de Mameyes (en el poema “Los Mameyes enlutados”) en términos de que
no fue voluntad de Dios, y reconocer ante las realidades naturales y
geográficas, levantarse es voluntad de Dios. Que no se vea como bueno lod el huracán
y la falta d energía eléctrica como un espacio para socializar. Que se vea lo
solidario como algo esencial para la supervivencia. Estando todos en la brecha,
o crecemos como pueblo, o seguimos en los mismo.
Antes
del huracán dominaban en la Isla el clasismo y las divisiones. Por ejemplo, se
daba maltrato y rechazo hacia quien vive en residencial público y barrio, o
hacia quien no tiene auto. Se idolatraban las brechas tan abismales, notables e
hirientes en una Isla con tan limitada extensión territorial. El discrimen por
edad era peor.
Después
del huracán que no distinguió de nivel socioeconómico al causar estragos, solo
hay una clase: los que sobrevivimos al huracán María (en la Isla en crisis
desde antes de ese embate). No faltan quienes quieren seguir en el clasismo, o
buscan acaparar lo disponible. Sin embargo, en la Isla azotada con una sola
clase, hay que superar la arrogancia y los egoísmos, para crecer, reconstruir y
edificar mejor. La voluntad de Dios, de existir en la forma que ilumina las más
inspiradas lecciones, no estuvo en el huracán, está en los buenos corazones,
capaces de hacer que haya vida nuevamente.
Ha
habido buenos testimonios de solidaridad y gran corazón. También ha habido
gestos decepcionantes, como quienes aumentan precios, quienes buscan
acaparamiento y monopolizar, y quienes siguen en los mismos estilos o peor. Los
obreros de Energía Eléctrica, muchos voluntarios, y personas anónimas que hacen
la diferencia positiva en sus hogares y comunidades, ejemplifican nuevos niveles
de heroísmo.
Sin
embargo, eso no debe desviar de la realidad de que el proceso de restauración
va demasiado lento. En ese contexto, el tiempo navideño requiere que seamos positiva y constructivamente
revolucionarios, y no meramente resilientes.
Poco
a poco se va generalizando el uso de la palabra “resiliencia”. El significado
de esa palabra es “la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse
frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro”. Se ve como “una
respuesta común como forma de ajuste frente a la adversidad”. También se ve lo
siguiente: “Se sabe que un niño con buena autoestima se transformará en un
adulto con buena capacidad de resiliencia”.
Ese
concepto de recuperación y de ajuste, dado a esa palabra que tanto se usa en el
mundo de la psicología, es muy bueno en su origen. Sin embargo, la palabra “resiliencia”
se desvirtúa y se daña cuando:
·
Se busca como medio
para emplear lenguaje rebuscado o poco frecuente con el fin de aparentar que se
sabe mucho y que se es parte de una élite, y/o de lucir superior a los demás; y
eso es caer en falsa imagen, soberbia y arrogancia.
·
Se busca frenar toda
acción de cuestionar y de buscar la verdad; eso es esclavitud.
·
Se busca convertir lo
de recuperación y de ajuste, en formas de tratar de justificar unas
realidades como que siempre deben ser así, o de confinarse en más de lo mismo
sin expectativas de cambio; y eso es conformismo y estancamiento.
Lo
anterior significa que un buen término se puede corromper si se desvía hacia
otros fines. Procede entender que una palabra puede tener gran poder en un
momento dado, pero pierde efectividad como el arma que se embota, si se emplea
demasiado o si se convierte en un mero cliché o expresión ritual que pierde su
esencia.
Es
decir, hay ocasiones en que la resiliencia es lo mejor. Pero hay ocasiones en
que la disidencia (saber no rendirse y defender la justicia) y la resistencia
(saber ser firmes y solidarios en lo correcto) son lo mejor. El sabio principio
es actuar a la altura del momento específico, y buscar hacer el bien al prójimo
a la altura de los detalles del caso.
A
la hora de la verdad, el objetivo debe ser lograr la mejor comunicación y
vivificar la humildad revolucionaria que es constructiva, no es sumisa y
comprende las realidades de la efímera existencia con llamados a edificar y
trascender.
Que
en el tiempo navideño y más allá, se acentúe y afirme la clave que es buscar crecer como seres humanos y hacer eso real
mediante las buenas obras que definen la fe, el amor, el corazón, la
conciencia, los frutos y todo el ser.
·
“La experiencia no es
lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede”. --Aldous Huxley
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