jueves, 24 de mayo de 2012

Con los mismos ojos en todas las edades…


Era una de esas largas filas en el banco, en que habían personas de todas las edades, desde el bebé en el carrito en su propio mundo, hasta el envejeciente que en la fila expreso, contemplaba con una mezcla de impaciencia, compasión y hasta nostalgias.



La coincidencia de tantas personas de prácticamente todos los niveles socio-económicos en un mismo lugar, me movió a buscar en internet y encontrar lo siguiente:

                                                             

“El ojo humano no crece, es del mismo tamaño desde que nacemos”.



Ese detalle del ojo, explica que en los niños los ojos se ven grandes. Sin embargo, veo una mayor lección:



Si los ojos son los mismos desde que nacemos hasta el final de los días, entonces los seres humanos necesitan amor, atenciones y consideración, tanto siendo bebés, como en cada etapa de la vida y más en los años dorados.



Desde esa perspectiva, meditaba que en cada persona en aquella fila de banco y más allá, en los ojos seguía el destello del niño que siempre está ahí…



¿Cómo serían el trato y las relaciones humanas si recordáramos que tanto aquel que genera una impresión equivocada, como ese hombre con arrugas que parecen cicatrices, fueron una vez niños; y que tanto aquella con temas casi sin fin, como esa mujer con mirada que contiene todo un mundo, fueron una vez niñas? ¿Cómo muchos de nuestros problemas encontrarían solución salomónica desde un sabio entendimiento por ese recuerdo? ¿Cómo serían las cosas si se buscara ser más comprensivos y mejores seres humanos empleando ese recuerdo básico?



Hay un destello único que nos recuerda que algo de la real inocencia (la que no puede ser destruida, no es ingenuidad y es buena reserva de valores) permanece en la madurez que no es maldad, sino capacidad para sumar a la vida en todo lo edificante y trascendente; que al ir creciendo no se debe perder lo que hace creer con más fuerza en Dios y vivir con alma sincera, y al envejecer no se deja de amar, soñar y sentir.



Porque los ojos son las ventanas del alma, al ser los mismos en todas las edades, nos confirman que la dignidad debe darse en todo tiempo. ¿Nos dice ese detalle de la creación en los ojos, que al ser los mismos durante toda la vida son como un universo en sí? ¿Nos dice que es reflejo de los Ojos del Creador que son los mismos hacia todas las generaciones y todos los tiempos?



Así, ante los ojos de niño, respetemos al ser en formación; ante los ojos de joven, respetemos a los ideales, identidad y energías que buscan sabia canalización; ante los ojos de adulto, respetemos a la sumatoria que no deja de crecer y fructificar; y ante los ojos de vejez, respetemos a la dignidad de toda una existencia que es grande en la medida que honra el origen y la esencia de la niñez.



Los ojos nos recuerdan la igualdad humana que trasciende fronteras y teorías, y los llamados del Altísimo a la humanidad que trascienden dogmas y religiones. Incluso los ojos en oscuridad nos hablan de que en la vida procede buscar el mejor sentido para no lamentarnos por lo que no se tiene, sino maximizar lo que se tiene.



Los mismos ojos en todas las edades, nos recuerdan que en la evolución y/o desarrollo, aún ante las marcas que pueden cambiar muchas cosas, las puras esencias que bendicen y dan luz, deben permanecer.



Con los mismos ojos en todas las edades…

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