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La humildad reconoce la realidad humana y busca crecer
con prudencia; la arrogancia opta por estilos impositivos, busca manipular por satisfacer
agendas particulares y apetitos desmedidos y no tolera el desprendimiento y la diferencia
de opinión.
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La correcta seguridad en sí mismo fomenta el diálogo y
busca lo salomónico al unir lo mejor de todos; la soberbia se mofa de los demás
y busca desacreditar a quien lleve otra perspectiva por temor a perder o
incapacidad de convencimiento.
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El intelecto trascendente, hace patria desde la
edificante autoestima, armoniza y crea buenos legados; la mente encerrada y
cainista carece de amor patrio, no canaliza bien las energías, ve a los demás
como instrumentos en vez de respetar y fomentar la dignidad y realización de todos
y juzga desde lo que carece.
Nadie tiene el monopolio de la
verdad y cada cual tiene una parte de la verdad. Por lo tanto, procede la
humildad y comprender que todo lo mejor del ser humano nace y se manifiesta
desde la conciencia que todos somos hijos de Dios; todos compartimos la misma
naturaleza humana en el mismo planeta.
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“Cada lágrima enseña a los mortales una verdad”.
--Platón
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“La verdad es hija de Dios”. --Refrán
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