domingo, 24 de febrero de 2013

Recapitulando ante Dios y la conciencia


Hoy domingo 24 de febrero de 2013, el mejor paso para comenzar la semana es congregarnos. Hoy es víspera del día en que se cumple una semana de la concentración frente al Capitolio con la consigna de en pro de la familia puertorriqueña.

 

Aunque es verdad que la actividad no cumplió la expectativa de alcanzar las 100,000 personas (decir que hubo 150,000 sería erróneo y decir que hubo 200,000 sería irreal), es un hecho que hubo miles; favorecedores y opositores deben tomar en cuenta eso.

 

Se estima que logró reunir a unas 50,000 y eso tiene gran significado bíblico, ya que el número 50 se asocia con perfección, JUBILEO y ALABANZA. Hubo 50 días después de la muerte de Jesucristo, y se produjo la manifestación del poder del Espíritu Santo. La palabra Pentecostés viene del griego y significa el día quincuagésimo.

 

Aunque la concentración del 18 de febrero no fue la actividad de más convocatoria en tiempos recientes, logró una asistencia aceptable; lo que tiene relevancia en tiempos en que decepciones con el liderato político y religioso, genera apatía en las personas.

 

Aunque se pueda debatir y analizar razonablemente sobre si se esperaba que se reuniese a más personas, la gran mayoría del país no asistió; lo que es un gran mensaje que debe poner a pensar para no tergiversar ni manipular.

 

APOYO todo propósito edificante que puede unir a personas de diferentes partidos y de todas las denominaciones religiosas (aunque sigo viendo que fue a destiempo en lo inmediato una concentración en vez de dialogar y educar primero); NO APOYO que se den en torno a eso manifestaciones de odio y otras agendas. La Biblia establece el orar por las autoridades, no el amenazar a las autoridades. Es legítimo exigir cumplimientos de los funcionarios electos y hasta advertir con buena fe cuando procede, pero es mejor aconsejar como si se representase a Jesús, Príncipe de Paz. ¿Le agradaría a Jesús que se empleen presiones en vez de razones?

 

Sigo viendo que la realidad es que NO hay absolutos en el mundo. Por ejemplo:

·         NADIE tiene el monopolio de la verdad. La verdad completa la posee el Señor y los destellos de verdad en la existencia, se logran en la comprensión, tolerancia y la Ley de tratar al prójimo como a uno mismo.

 

·         El concepto de que impere “lo que piense la mayoría”, NO es un absoluto o una licencia para aplastar a quien piense diferente. La democracia no tiene su grandeza en la fuerza de unas mayorías, sino en la justicia y buen trato a las minorías. Lo sabio, correcto y sobre todo cristiano, es dar humildad a la mayoría y buen trato a la minoría; ya que está la Ley de Siembra y Cosecha y la vida es como una rueda (quien hoy está arriba, mañana puede estar abajo, y viceversa). Recordemos que las mayorías a veces aciertan y a veces se equivocan (la Biblia nos dice que una mayoría pidió la liberación de Barrabás; la historia nos dice que una mayoría llevó al poder a Hitler y una minoría comenzó lo que hoy se llama cristianismo).

 

·         Recordemos que de los cristianos se espera mucho más y el mejor testimonio es no abusar y no caer en los peores estilos. La mejor prédica es de amor integral.

 

Habrá puntos de convergencia y divergencia, pero es un imperativo fomentar la sana convivencia en vez de la guerra, en esta Isla que es hogar de todos. Favorezco los principios bíblicos como guía de vida, pero con la conciencia de que ser “cristiano” no es religión, un género musical o una marca comercial. Ser “cristiano” no es ser perfecto o inmune a lo que afecta al mundo. Ser “cristiano” es ser creyente; lo que infunde una naturaleza revolucionaria al palpitar, al ver, creer, pensar y hacer.

 

En una sociedad civilizada con un buen gobierno, le toca a los gobernantes ser justos hacia todos y ciertamente Puerto Rico debe seguir creciendo y evolucionando en eso.

Sigue sobre el tapete lo siguiente: ¿Cuántos de los que convocaron tanto por la participación en la actividad “por la familia” y no fomentan lo salomónico, guardaron silencio ante factores que en verdad afectaron a la familia, como la Ley 7 que justificó despidos? ¿Qué buscan en verdad? Esa es la pregunta.

Lo que le dio valor a la actividad, fue quienes llegaron con razones correctas, paz y no odio, que le dieron cátedra a los que no convocaron bien.

 

Considero que lo verdaderamente cristiano fomenta respeto, pensamiento constructivo ante la diversidad, igualdad humana, justicia y soluciones salomónicas, NO fanatismo y polarización. La familia es y necesita más. Con toda sinceridad, considero que “familia” no siempre es lo que se ajusta a una imagen tradicional. Por ejemplo: Hay familias de nietos cuidados por abuelos, hijos cuidando a envejecientes, padres solteros, madres solteras, hijos que asumen el liderato, parejas sin hijos, parejas con hijos adoptados, niños que pierden a sus padres y encuentran el abrazo en desconocidos, escenas complicadas ante la enfermedad, en fin, en unos dramas cada vez más complejos, veo que “familia” es mutuo apoyo sabio (que combina estímulo a lo bueno, tolerancia, visión compartida, penas y alegrías, una jornada en común con propósitos mayores, y corrección en pos de lo más correcto); es “una institución y escuela de amor”.

 

Por eso, lo más que se necesita no son concentraciones y choques, sino un proyecto abarcador para apoyar a las familias y sobre todo, dar el bálsamo a las almas heridas que han sido marcadas por escenarios de dolor que deforman el sentido familiar.

 

Así, porque el puritanismo no funciona (todos compartimos la realidad humana con virtudes y defectos), bendigo a quienes apoyaron y a quienes no apoyaron la concentración por la familia, ya que el mayor sentido familiar trasciende eventos de un momento dado y busca crecer, fructificar y progresar día a día.

 

Veo que es importante la oración para que quienes estén ante las congregaciones, NO se dañen, NO dañen y fomenten la plena abundancia de todos en línea con la Palabra y la sana doctrina cristiana. Así, oremos por la familia con el hacer consagrado.

 
--Gerardo L. Berríos Martínez                    

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