Para muchos, el Día de Reyes marca el fin del tiempo
navideño, pero hay todavía quienes buscan prolongar con las Octavitas. Es buen
día para admirar a los niños recibir regalos y en esa mirada, fomentar lo sano
y recordar. De mis recuerdos (los propios y los que se daban en el entorno y
más allá), comparto algunos detalles:
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En la mayoría de los hogares, los árboles
navideños eran de modesto tamaño y artificiales. El proceso de decorar era un
proyecto familiar.
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Las figuras en la escena del nacimiento
eran toda una escuela. No se atacaba algo tan inspirador y aleccionador con el
sello de “idolatría” y no se perdía tiempo en el estéril debate de si los Reyes
estuvieron en la escena del pesebre o si llegaron tiempo después (solo mentes
confundidas pueden fomentar contienda en vez de educar partiendo del amor, la
humildad y la ternura de la escena).
·
Del mismo modo que la decoración en la casa
era un proyecto familiar, en el salón de clase todos participaban en los
diversos detalles de la decoración y armonizaban al árbol, el Niño, Santa Claus
y los Reyes.
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Los canales de televisión presentaban muy
buena programación para niños y toda la familia. Lo importado no le restaba a
la programación local. Nuevamente, armonizaban al árbol, el Niño, Santa Claus y
los Reyes.
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No había problemas con recibir regalos
primero de Santa Claus y luego de Reyes. Santa Claus no empañaba ni competía
con el significado de la Navidad en Jesús, y no iba en contra de la tradición
de los Reyes. Los niños podían armonizar todo perfectamente y en el patio
escolar, podíamos compartir en paz y alegría (solo mentes enfermas pueden crear
rivalidades y manipular lo de “tradición” para fines ajenos en una forma que va
en contra del espíritu navideño y del amor de Jesús). Reconozco sabiduría
divina en la inocencia y capacidad salomónica de los niños.
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Es cierto que unos recibían más regalos que
otros y que había quienes solo recibían regalos en Reyes. En el patio escolar,
nada de eso era motivo de envidias o guerras. Compartíamos los regalos y hasta
el más sencillo juguete, podía generar los mayores juegos gracias a la
imaginación y buena fe.
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El primer día de clase después del receso
navideño, no podía faltar la composición sobre “¿Qué hiciste en Navidad?”. Para
unos la mayor era viajar y para otros lo mayor era el juguete nuevo, pero ante
la diversidad, lo mejor era cómo se podía respetar y disfrutar la alegría del
prójimo como si fuese de uno.
Ante esos recuerdos y otros, bendigo a todos los que
compartimos esos tiempos y doy gracias de manera especial por mis padres.
Es propio elevar una oración por quienes no tuvieron
gratos recuerdos navideños, para que descubran que se puede comenzar a forjar
nuevos y mejores recuerdos. La fe nos dice que en el Señor, todas las cosas
pueden ser hechas nuevas.
El Niño nos recuerda que el mejor origen está en el amor.
Santa Claus no se proyecta como deidad o el centro de la Navidad, sino como
gran mensajero y promotor de paz, amor y generosidad. Los Reyes no se proyectan
como deidad o el centro de la Navidad, sino como adoradores que reconocen al
Rey de Reyes, que es el único Redentor e Intercesor entre Dios y los hombres.
Por ende, Santa Claus y los sabios Reyes nos recuerdan que las tradiciones y
valores culturales se enriquecen con la conciencia de que Dios hizo un mundo
sin fronteras para que se desarrolle en equidad.
Con el paso del tiempo y el surgir de canas, se supone
que se busque crecer y madurar. Que cada periodo navideño abone al
entendimiento de que el mayor crecimiento se logra al mantener viva la siempre
fresca imaginación y visión de niño, que tanto crea y unifica. Así, lo grandes legados del Niño, Santa Claus
y los Reyes, dan sentido a la vida como real causa de amor. Así se forjar mejor
a las generaciones. Adelante.
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