Dice un reportaje de agosto de 2014:
·
“Según un estudio
de la Universidad de Cincinnati (Ohio, Estados Unidos), la relación entre
belleza exterior y bienestar interior es tan estrecha que a partir de ahora la
segunda no se podrá entender sin la primera. El culto al cuerpo y los miles de
dólares invertidos en tratamientos, alimentos de calidad y horas de gimnasio no
pueden seguir considerándose temas superficiales o menores, pues, al parecer,
la gente guapa vive más y enferma menos. Esta es la idea que concluyen los expertos
tras analizar los perfiles de 15.000 voluntarios estadounidenses”.
No es algo nuevo, ya que en Proverbios 15:13 dice: “El corazón
alegre hermosea el rostro” (salud, paz y autoestima van de la mano). Se puede
argumentar que la belleza está en los ojos de quien observa y cuestionar la
forma en que la publicidad pueda tratar de imponer unos patrones para la
belleza. Considero que toda mujer tiene su encanto único y especial, y es
llamada a desarrollarlo y maximizarlo consagradamente.
Objetivamente, es muy triste cuando el fanatismo
religioso insiste en estigmatizar la belleza como egoísmo y algo pecaminoso que
no armoniza con valores y virtudes. Afortunadamente la creación y la Palabra no
están en ese rumbo equivocado.
La Biblia en
Cantares exalta la Belleza, y en Proverbios enseña a buscar balance y fomentar
la mayor y más completa Belleza que viene de adentro. Para
muestra, con un botón basta: En el Antiguo Testamento se destaca el valor y
liderato de la mujer. Un gran ejemplo está en Ester. En
el relato bíblico, Ester brilló por el valor, los dones y la gran belleza
física que nace del interior (confirma que puede haber belleza externa con
mayor belleza interna), y Dios obró por medio de ella. Dios emplea los medios
que Él desea para responder y edificar.
La belleza está en la perfección
hecha por el Creador que supera palabras y forja mucho. El buen corazón, el
sabio intelecto, la acción iluminadora y la hermosura son de Dios. Fomentemos
el cuido integral que exalta lo constructivo y divino.
Al optar por los principios
salomónicos y sanos, se confirma que somos llamados a reconocer que cada alma
que crece, hace y siembra el bien, es instrumento de Dios y canal de bendición.
Dios ilumine a todos.
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