sábado, 10 de agosto de 2013

La icónica serie de Batman y Robin confirma que el heroísmo consagrado es real y puede mucho.


Tengo buenos recuerdos de mi niñez de la década del ’70. Recuerdo lo difícil que era en ocasiones en la semana levantarme temprano para ir a la escuela, y lo fácil que me levantaba temprano sábados y domingos para ver muñequitos.

                   

En ese tiempo, gustaban más los muñequitos de superhéroes. Hoy no se ve la calidad de dibujo de esos muñequitos. Como muestra, los muñequitos de Superman y Batman y Robin, se inspiraban en lo sentado por las series de televisión. Recuerdo cómo a través de los ojos de niño, se veía la magia de la serie de Batman Y Robin (personajes creados por Bob Kane), encabezada por Adam West y Burt Ward, y el único Batmobile.

 

El comisionado Gordon y el jefe policial O'Hara eran servidores públicos dedicados e incorruptibles. Alfred y la tía Harriet le daban pinceladas de lealtad y familia. Hasta los villanos tenían su buen toque y no caían en lo grotesco u ofensivo. El que la vida real sea diferente a ese mundo, no significa que no pueda haber espacio para trascender.

 

Recuerdo cómo en el patio escolar, el tema principal era el episodio que se vio de Batman y cómo nos imaginábamos que escaparía del peligro en que quedó al terminar el episodio, hasta la próxima bati-hora y el próximo bati-canal. En mi caso, hasta llegué a dibujar mis propios comics.

                       

El objetivo principal de series y películas es entretener, pero esa serie de Batman y Robin (a la que luego se sumó a Batgirl) siempre incluía buenas lecciones y sanos valores. Viviendo el mundo hoy tiempos retadores y difíciles, se aplica nuevamente que cuando más problemas hay, más se busca de heroísmo y ejemplos edificantes.

 

Es cierto que Batman y Robin son personajes ficticios y que lo mejor es buscar primero del Altísimo, pero ciertamente hay una efectiva aportación de ellos para el edificante entretenimiento y para redescubrir el heroísmo que es real y no imposible.

 

¡Sí! Hay heroísmo tanto en lo callado que da todo lo mejor del ser, como en lo que comunica con prudencia para que el testimonio dé luz de verdad y no aliente la soberbia. ¡Sí! ¡El heroísmo consagrado es real y puede mucho! Mis padres me contemplaban viendo esa serie siendo niño y hoy reconozco heroísmo en ellos.

 

¡Sí! Podemos llegar a donde no hemos llegado. Podemos vestirnos del heroísmo que hace la diferencia al dar fe en donde no la hay, al saber decir no al mal, al saber decir sí a lo que suma a la vida de quienes se ama y más allá, el bálsamo a los que lloran y sufren, el perdón que no es simbólico y sí es camino de cambio y evolución, la solidaridad a quienes resisten ante las manifestaciones de la corrupción, comprensión en donde se ha perdido, apoyo al caído para levantarse, fuerza a las buenas causas, atención debida al alma en formación y al alma que merece dignidad y tanto puede aportar en los años dorados, el buen consejo que aporta a perfeccionar la jornada, potenciación a quienes necesitan redescubrir que no es demasiado tarde, en fin, el heroísmo no es ciencia ficción, fantasía, juego de niños o un imposible en el mundo. El heroísmo real se atreva a vivir, perseverar y fructificar con el más abarcador amor.

 


 

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