Nada
justifica el terrorismo y ante el derramamiento de sangre dado en Boston el 15
de abril de 2013, es razonable y comprensible la siguiente pregunta: ¿Dónde
estaba Dios?
El
terrorismo es buscar llevar un mensaje y lograr un fin mediante la vía del
terror y el abuso. En ese sentido, hay terrorismo cotidiano en serios
conflictos por la vía del odio y la violencia, abusos, la intolerancia, el
“bullying” y el “moobing”, el crimen y tantos problemas sociales y desigualdades
que debilitan la fe y fomentan incertidumbre.
Así, son
incontables las personas que sufren, se resisten a dejar de crecer y
resignarse, se esfuerzan por perseverar y se preguntan ¿dónde estaba Dios?
La
situación se agrava cuando fallan de quienes más se espera (en todo rol), y
cuando quienes más hablan de puritanismo caen en los peores estilos. No debe
ser motivo de sorpresa, ya que Jesús fue más atacado por los más religiosos y
advirtió:
·
“Estas cosas
os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo”. –San Juan 16:33
En
el mundo habrá dolores y alegrías, injusticias y desafíos; caídas y momentos
para levantarnos con más fuerza. Hay complejos dramas que superan el alcance
ciudadano y al mismo tiempo, son los ciudadanos a los que les toca exigir algo
mejor de sus gobernantes y líderes. Ante todo eso, sigue la pregunta: ¿Dónde estaba Dios?
No
procede responder con un cliché o un libreto memorizado. Mucho peor sería
responder con el “talking point” de hacer sentir culpable. Es cierto que hay
quienes excluyen a Dios de su vida y cuando llega el momento difícil, reclaman
que Dios se ausentó. Sin embargo, es cierto también que hay esperanza para
quienes deciden buscar de verdad del Señor y tomar un mejor rumbo de vida.
Así, no
es cuestión de dónde estaba Dios, sino de dónde estamos nosotros. Es cuestión de
no fundamentarnos en hombres, sino en algo Supremo y Mejor mediante lo que
infunde paz y capacita para enfrentar las realidades de la existencia.
Comencemos siendo solidarios con nuestra nación norteamericana y con todo heroísmo
cotidiano.
Ante el
derramamiento de sangre en Boston, ¿dónde estaba Dios? Respondamos a esa
pregunta en nuestra realidad cotidiana, mediante
lo que busque un mensaje divino que establezca la respuesta de Dios que supera
palabras y fructifica.
Respondamos
con la decisión de que Dios esté PRESENTE en el ejercicio de orar de verdad, en
el amor sincero, en fomentar justica y equidad, en combatir todo abuso y
discrimen, en superar el fanatismo que tapa faltas y justifica, en buscar
soluciones salomónicas incluso ante los más controversiales temas (incluyendo las
diferencias sobre origen, nivel socio-económico y hasta las consideraciones de
preferencias personales), en propiciar más tolerancia y frenar el “bullying” y
el “moobing”, en vivir lo que se predica, en fin, anhelar intensamente -mediante
una vivencia constructiva y edificante- que podamos decir: Dios está con
nosotros y en nosotros.
El terrorismos tiene muchos rostros
y los más grotescos son los más sutiles y en ocasiones hasta avalados. Ante los
derramamientos de sangre, ciertamente deben pagar los responsables, ¿pero y qué
de los casos en que no se ve sangre, pero por eso no deja de haber terrorismo?
Oremos
por las autoridades civiles y religiosas; con la conciencia de que es sabio
exigir buenos cumplimientos en ambos niveles. Oremos por toda alma que asume
responsabilidades, tiene en cada día una hazaña, y se enfoca en dar lo mejor de
sí en el rol de autoridad comenzando en el hogar; con la conciencia de que el
país y el mundo se forjan desde la esencia más básica, formativa y determinante.
Ante cada
drama de dolor, especialmente los que no trascienden a los medios y las
lágrimas que no se ven, ¿dónde estaba Dios? Meditemos…
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